En la vivencia emocional y de relaciones es importante diferenciar entre reacción y respuesta.
La reacción es rápida, automática y proviene de un patrón insconsciente aprendido en el pasado que repito sin cuestionarmelo. Doy por supuesto que es la acción más adecuada, la única opción posible o lo único a lo que el otro me deja opción.
La respuesta emerge de observarme en cada paso de la secuencia del patrón de reacción para hacerlo consciente y cuestionármelo. Una vez que es consciente veo elementos que antes no veía y una lógica que antes no veia. Considero lo que antes no consideraba. Estoy en condiciones de desafiarme a poner en marcha nuevas formas de respuesta. Me hago cargo de mis acciones en vez de unicamente repetir sin cuestionar.
Reacción y respuesta no son excluyentes. No es que tenga, de buenas a primeras, que dejar de reaccionar y sólo responder. Ambas son parte de un mecanismo de repetición cíclica (en la naturaleza encontramos muchos ciclos) que, si lo aprovechamos desde la observación e implicación, nos permite ir transformando nuestras reacciones en respuestas progresivamente en nuestro proceso vital. La respuesta es una reacción hecha consciente para ampliarla y refinarla progresivamente.
Tener la reacción de callarnos cosas por no crear un conflicto con el otro, que se convierte en un cúmulo de cuestiones no expresadas que finalmente salen todas juntas en el momento más inadecuado y hacia a la persona que no correspondía. Es un patrón de reacción que si observamos su secuencia nos hace considerar nuestro miedo a la desaprobación, rechazo y cuestionamiento del otro así nuestro miedo a asumir la responsabilidad y consecuencias de decir lo pienso. No es que el otro no me deja opción porque es autoritario. Es que yo lo hago para evitar la incertidumbre que me produce enfrentar estos miedos. Es algo que está en mi y que supone que yo me desafíe a observarme en cada instante e implicarme en la respuesta de decir las cosas. Mi «yo pequeño» que siente el crecimiento como una amenaza prefiere quedarse en el patrón aguantar-soltar porque es el conocido y le da una aparente seguridad.
Tener la reacción de responder con enfado ante los comentarios de una persona concreta. Este es un patrón de reacción ante una persona cuyos comentarios y comportamientos considero inadecuados y que no debo permitir. Si observo la secuencia puedo considerar que estamos en un juego psicológico inconsciente donde el otro me provoca para que yo reaccione y pueda sentirse víctima de mi. Y cómo yo me engancho igualmente a ese patrón que me encierra como víctima del otro en un «si no lo digo mal y si lo digo también mal y encima me siento culpable». Tendré que cuestionarme que gano yo sometiéndome a este juego de víctimas. El desafío pasará por romper este patrón y que mi respuesta sea «no responder» a la provocación y renunciar al rol de víctima que mantengo ante los comentarios del otro.
Estos dos ejemplos que son muy comunes y nos sirven para ver la diferencia entre la reacción y la respuesta. Cada uno tenemos patrones más complejos que ponen en juego la carencia, sobreprotección, abandono, desvalorización, sentirnos especiales, sentirnos excluidos de la familia…
Es importante ver que con estos patrones reactivos nos sometemos a formas de relación superficiales e inmaduras. En el sentido de que transformar estas reacciones en respuestas nos exigen encontrarnos con el otro y con todo lo que implica el encuentro. En las «partidas de juego repetitivas» de algún modo estamos tranquilos y protegidos de tener que apostar por construir una relación madura porque no nos encontramos con el otro sino que repetimos siempre lo mismo. Una relación madura nos desafía a encontrarnos y exponer mis emociones y miedos al otro, acompañarle en los suyos, hacer la digestión de emociones, hacernos preguntas juntos, tomar decisiones y compartir, hacernos cargo de lo que dañamos en la relación e introducir cambios.
13 junio 2021