Minimizar y dramatizar las emociones son reacciones “opuestas” que nos llevan a lo mismo: a negar la experiencia emocional genuina, una por defecto y otra por exceso. Parecen dos reacciones opuestas y realmente están unidas porque logran lo mismo, evitar tomar las emociones para darles respuesta. Ambas nos desconectan de nosotros mismos que somos seres emocionales.

Dejar las emociones en el cajón, posponerlas, despreciarlas, tacharlas de «ñoñería» es una forma de negarlas. Todo ello justificado en discursos de madurez y fortaleza. Quedarse atascado en una emoción transformándola en queja e instrumentalizándola (inconscientemente) para manipular a los demás y a mí mismo es también una forma de negar la emoción.

En la vivencia humana de las emociones, rebotamos de un polo a otro. Muchas personas minimizan las emociones porque confunden la emoción con queja, drama, “ñoñería”, probablemente porque en su entorno se ha trasmitido esta creencia o, por el contrario, han vivido en entornos en los que se dramatizaba la emoción y por eso lo rechazan. Muchas otras se quedan atrapadas en la vivencia traumática de las emociones. En ninguno de los polos doy una respuesta realmente aunque me parezca que lo hago. Son reacciones que se disfrazan de «activas» cuando en realidad «evitan» la vida.

No se trata de dejar de minimizar o dramatizar así por las buenas. Sino de observar en nosotros los dos polos. Y abrir un proceso, en el que tomamos la emoción y vamos integrando los dos polos en un proceso que progresivamente los funcionaliza:

Escucharme y expresar en palabras mi emoción. Aceptar, permitir, atenderme y acompañarme en la emoción es básico. Sentirla en el cuerpo y ponerle palabras es la forma de conectar con mi emoción y darle curso a su elaboración y digestión. Ante un impacto emocional fuerte, expresarme la emoción a mí mismo y al otro también, que sea compartido para no vivirlo en soledad. Que sea expresado para no acumular estrés y que no se imprima en el cuerpo. Con honestidad, atendiendo a la  emoción primaria o genuina que puede ser miedo al abandono, vulnerabilidad ante la incertidumbre, impotencia, frustración, dolor. Observar si esa emoción primaria la estoy sustituyendo por una emoción secundaria socialmente más aceptada y que tapa a la primaria, por ejemplo la rabia que sustituye al miedo.

Hacerme preguntas y comprender porqué y para qué está esa emoción ahí e irle poniendo los límites necesarios para dar una respuesta. Qué me enseña sobre mí, mis patrones de creencias y mis formas de relacionarme. Por ejemplo, si siento culpa a menudo, descubrir cómo aprendí a sentirla a lo largo de mi vida, de qué forma se repite siguiendo el mismo patrón, que ganancia tengo con ella, es decir, que miedos tapa que tengo que afrontar  y que, si me quedo en el trauma de la culpa eternamente, evito. Elijo hacer un proceso en el que me acompaño a desanudar el trauma emocional, asumiendo y dando respuesta a la culpa. Aprender a distinguir cuando es una culpa del instante que si la permito y escucho me informa ayudándome a regular un intercambio adulto y equilibrado con el otro.

Minimizar y dramatizar son reacciones que hemos aprendido y ponemos en marcha en forma automática. La propuesta es abrir la secuencia en un proceso más genuino y realista de irnos descubriendo en sentir, expresar, observar, comprender para destraumatizar y dar respuesta a lo que nos ocurre en la vida.

5 de septiembre de 2021