Al hablar de comunicación, generalmente nos centramos en qué digo y cómo lo digo. Esta parte es fundamental, pero hoy vamos a poner el foco en una parte más invisible con gran impacto también en la comunicación: LO QUE NO DIGO, fuente de confusiones y malentendidos en las relaciones.

Si en mi repertorio de creencias tiene un lugar destacado (aunque no tenga conciencia de ello) el mito de la armonía, pensaré que la buena comunicación no tiene conflictos, que llevarse bien es no discutir. Esto me lleva a muchos «no decir» por evitar conflictos o mantener paz. Estos «no decir» se acumularán en mi interior. Y además no pondré sobre la mesa temas que es importante hablar para la salud de toda relación. Estas evitaciones se acumularán y saldrán transformadas en algo peor que interpretaremos en forma simplista. Por ejemplo, en aguantar y aguantar para después explotar y reprochar al otro lo que hace cuando yo también he contribuido a la gestación de la situación con mi silencio en vez de afrontar y decir lo que siento cuando es necesario. O en distanciamientos que atribuiremos a que el amor se apaga, cuando en realidad lo hemos apagado nosotros no implicándonos en él. Es más funcional pensar el conflicto y la discusión como parte natural de la relación, no negativa en sí misma. Su impacto en la relación depende del modo en que lo gestionemos. El conflicto y la discusión nos habla de un posibilidad de expansión de la comprensión y compartir de la relación, si lo gestionamos con diálogo y empatía.

Muchas veces «no digo» porque doy por supuesto. Cuando doy por supuesto que conozco lo que el otro piensa, siente y la causa de sus acciones, pongo a nivel de realidad lo que solamente está a nivel de especulación. Estoy mezclando. Es más realista pensar que mis suposiciones son más bien una proyección de mi forma de pensar y mis miedos. Un ejemplo es dar por supuesto que el otro tiene que darse cuenta y saber lo que yo necesito para dármelo en una forma concreta sin yo pedirlo. Sin embargo, cada uno tiene una escala de valor diferente sobre lo que es importante en el intercambio de dar y recibir. Lo que para uno es importante puede no serlo para el otro. Un beso antes de dormir puede ser importante para mi y no para el otro. Frente al suponer siempre mejor pedir de forma explícita. Dar por supuesto, pretender que adivino los pensamientos del otro o que el otro debería adivinar los mios es el comienzo de una historia de desencuentros y malentendidos.

Otros «silencios» los propiciamos por el miedo. Miedo a la reacción del otro si digo lo que siento. Miedo a que no le guste, me cuestione o incluso me abandone o no me quiera. Es natural sentir miedos, el problema surge cuando me llevan a evitar mi comunicación con el otro. Aqui tengo que hacerme algunas preguntas cómo qué valor doy a mis opiniones, cual es es la claridad de mis argumentos para negociar con el otro, si mi miedo es una anticipación catastrofista.

Para explorar LO QUE NO DIGO en mi, preguntarme ¿qué cosas me callo? ¿para que mantengo esto en silencio? Vendrán respuestas porque tomaremos el hábito de fijarnos en lo que no decimos y en qué razón nos lleva a ello. Y podremos tomar riesgos y desafíos en el intercambio con el otro. No se trata de irnos al otro polo y decir todo lo que pensamos y sentimos o hacerlo de cualquier forma. Se trata de crear un filtro, una membrana de qué decir y qué no, con sentido y dirección. Con la función de ampliar el espacio de compartir y comprendernos.

Los tres casos que hemos expuesto (mito de la armonía, dar por supuesto, miedos) provienen de ideas inmaduras sobre la comunicación y las relaciones. Ser inmaduro no es algo de lo que avergonzarnos. Ser maduro es reconocer nuestra inmadurez para hacerla crecer. No hay una frontera que reparte un lado a la gente madura y al otro a la gente inmadura. Todos somos inmaduros en muchos aspectos y la madurez viene de dar la mano a esa parte nuestra para responsabilizarnos y acompañarnos en aprovecharla para el crecimiento.

18.03.2021