Nuestra identidad personal  comienza a configurarse en los primeros años de vida. Hemos escuchado la importancia de utilizar un lenguaje positivo y valorizar a los niños para que desarrollen una buena autoimagen, ya que los niños criticados y valorados negativamente tendrán una baja autoestima. Veremos que tanto comentarios positivos como negativos forman parte de un mismo proceso de configuración de identidad con mayor complejidad.

Una niña puede escuchar «qué buena y dulce es esta niña, es un encanto, nos tiene enamorados»  y otra niña «hay que ver esta niña que de buena es tonta, que mal lo va a pasar en la vida».  El segundo comentario tiene un tinte desvalorizador y crítico que influirá en la identidad de la persona en desvalorizarse y criticarse a sí misma en la vida adulta, a normalizar y permitir que personas de su entorno lo hagan también sin dar respuesta a ello. El primer comentario también influye en la configuración de la identidad en el sentido de que la bondad y la dulzura será un «valor» definitorio de sí misma y podrá llevarle a no filtrar tampoco ciertos comportamientos de los demás en sus relaciones adultas con consecuencias. Alguien bueno y dulce tiene dificultades en su vida adulta para reconocer y emplear su rabia como motor para la negociación en las relaciones adultas. Se priva a sí misma del poder de una rabia funcional.

«Qué responsable es este niño y cuanto se esfuerza, va a llegar lejos en la vida», «eres la mejor», «te lo mereces», «tu vales mucho», «eres lo más importante de mi vida» son mensajes «positivos» que además de una «amable Cara A», hay que detectar si tienen una «Cara B».  Ser «la mejor» o «una niña de sobresaliente» te engancha al perfeccionismo; sentir que algo me lo merezco me lleva pensar que puedo dejar de merecerlo si mi conducta no sigue en la misma línea familiar; ser el orgullo de mis padres o lo más importante para ellos me deja enganchado a hacer desde y para ellos más que desde y para mí. Escuchar palabras cercanas y de amor es importante para nuestro desarrollo. Saber que somos importantes para nuestros padres nos enriquece. Saber que hay unos límites difusos entre identidades de padres e hijos, que pueden detectarse en nuestras palabras a veces «excesivas», es un ejercicio de madurez y honestidad profunda hacia la diferenciación y desarrollo de la propia identidad.

Los comentarios nos van llegando dosis a dosis, gota a gota, y cada cuál va creando la idea de quién es. Nuestra idea de quienes somos, por tanto, parte de un otro del que vamos a ser objeto inconscientemente ya que nuestras acciones/emociones/pensamientos se van a dirigir a cumplir las expectativas presentes en estos mensajes.

Mientras somos niños, no tenemos el recurso ni la capacidad de cuestionar los mensajes que nos llegan. Y si lo hacemos en algún momento, sobre todo en la adolescencia, es muchas veces desde la reacción al polo contrario que nos deja dando vueltas al mismo conflicto sin resolver. Por ejemplo, si reacciono al mito familiar de obediencia siendo rebelde, es muy posible que no esté actuando desde y para mi, continúo actuando desde y para el otro, en este caso mostrarle que no obedezco y soy rebelde.

En la vida adulta vamos desarrollando recursos para continuar en un proceso de reconfiguración y actualización constante de nuestra identidad a lo largo de la vida. Es una elección personal implicarnos en este proceso adulto de transformar nuestra identidad «objeto del otro» y «reactiva» en una identidad en la que soy «mi propio sujeto»  y «doy respuesta». Es una elección vital implicarnos en generar nuestra propia identidad y metas o, por el contrario, mantenernos en consumir una identidad cristalizada dada de forma inconsciente. Si elegimos generar nuestra propia identidad estamos eligiendo ser adultos. Y la identidad que se gestó en nuestra vida familiar es el combustible/herramienta/diamante en bruto perfecto para hacer un ejercicio de observación, comprensión, desafío y ampliación continuo de maduración en nuestra vida. Es nuestro desafío personal y nuestro aporte al desafío de nuestra especie.

Si la persona se implica en este proceso de actualización y maduración de la identidad personal, contribuye a que sus hijos de forma natural tengan una autoimagen más enriquecida y menos dependiente de imágenes y mensajes cristalizados. La persona que se acompaña a sí misma en los sucesos de su vida acompañará también a sus hijos a comprender lo que les ocurre en el día a día, conectando con sus emociones, entendiendo su naturaleza, explicándose e interpretando las cosas con mayor detalle, desarrollando recursos para autoconocerse y gestionar las relaciones con los demás, asumiendo su responsabilidad en los hechos, tomando decisiones, poniéndose límites, etc. Creando un espacio en el que compartir la complejidad que somos y contribuyendo a su gestión.

20.06.2021